Recorres seiscientos kilómetros para tratar de inspirarte en el pequeño mundo creado por Raúl Gómez Jattin, y la vida que da vueltas en redondo te convence que no estás en la sabana cordobesa sino en la fértil meseta del arroz.
Ibagué y Cereté tienen en común algo más que el acento en la última sílaba.
En Cereté, un alcalde cristiano y prohibicionista abolió las corralejas, los fandangos y el porro, dejando a los lugareños el consuelo con los ‘toros humanos’, a orillas del río Sinú. En Ibagué, se empiezan a escuchar las voces que buscan dejar sin trabajo ni regalías a José Porras y toda su cuadrilla.
Ubaldino perdió las elecciones al Concejo el pasado octubre, pero recibió premio de consolación manejando la Casa de la Cultura, en este municipio costeño de 32 grados a la sombra. En Ibagué tendría idéntica suerte: lo nombrarían Secretario de Gobierno Departamental (Disraelí Labrador(; o director de la Umata municipal, el colorado Ramiro Arciniegas.
En la Ciudad Musical, los intelectuales y escribidores siguen recordándonos (a costa de nuestros impuestos) lo importante que es pagar por su ‘genio’. Al norte del país, Lena Reza usufructuó por quince años la memoria del poeta, captando subsidios estatales en una fundación que no entregó cuentas. Los cereteanos envidian que viajó a Europa como su dudosa embajadora.
Al final, sí encuentras una diferencia de leguas. En Ibagué nadie ha escrito versos tan demoledores, aún a costa de su propia tragedia, como lo hizo el bardo en gran parte de su obra y en Desencuentros:
¡Ah desdichados padres!
cuánto desengaño trajo a su noble vejez
el hijo menor
el más inteligente
En vez de abogado respetable
marihuano conocido
en vez del esposo amante
un solterón precavido
En vez de hijos
unos menesterosos poemas…