“Me gusta hablar de los veteranos, siempre que puedo hablo de ellos; uno no puede evitar compararse con los veteranos y preguntarse cómo se las arreglaban en aquel entonces…”.
(Tommy Lee Jones en: No country for old men).
Atrás quedaron esos tiempos en donde los abuelos jugaban un papel fundamental en las familias. La palabra de los mismos era la ley y sus sabios consejos se tenían en cuenta. Cuando cumplí los siete años un anciano amigo de la familia me dijo, en forma de reflexión profunda, que cuando uno cumplía los quince el tiempo se pasaba volando. Creo que tenía razón. Años más tarde, me enteré que el hombre había fallecido. Y aunque parezca cruel, fue lo mejor que le pudo pasar, porque pese a su apreciación tan acertada, no pudo avizorar que en la actualidad a uno lo envejecen antes de tiempo y que el destino para los que llegan a la famosa tercera edad no es el mejor.
No es un secreto que son muy pocas las profesiones en donde tener más de treinta es favorable. Uno le cree más a un médico de mayor edad que a uno recién salido de la facultad; lo mismo pasa con el abogado y con un par de profesionales más. Sin embargo, entre más común sea la profesión, más difícil es conseguir empleo, ahora que si no se tiene profesión, a uno se lo puede estar llevando el que lo trajo. Me contaban hace poco dos amigos profesores que van por los cuarenta y que dedicaron su vida a trabajar en colegios privados, que la están viendo negra ya que no han podido conseguir trabajo por su edad. Cuando van a presentar entrevista, lo primero que les preguntan es cuántos años tienen. Como si se tratase de un casting, los despiden con una falsa sonrisa prometiendo que les llamarán luego.
Pero si conseguir trabajo se complica después de los treinta, más si no se cuenta con una buena palanca o con algún brujo de turno, el asunto de la pensión es cosa de locos. En este país cotizan muchos pero se pensionan pocos. Para el gobierno es más favorable ofrecer una mal llamada ayuda a los veteranos, que no es más que una miserable limosna que se cobra cada dos meses, porque aunque no lo queramos aceptar, la cultura de la mendicidad que promueve el gobierno, los medios de comunicación y otras entidades que acostumbran a jugar con la necesidad del pueblo, es otra constante en nuestros tiempos modernos.
En los últimos días, los ojos de los colombianos y de la irrisoria justicia se clavaron sobre el movimiento Político-Cristiano MIRA, todo por culpa de un sermón que dio su máxima dirigente con respecto a los discapacitados y su participación en la “iglesia”. Como suele suceder, los sensacionalistas no se hicieron esperar y ahora el MIRA está en la mira, tanto así que, después de varios años de estar moviendo dinero, ordenaron abrir una investigación por enriquecimiento ilícito ¿En qué parará el cuento? Quién sabe, porque después de sacarle jugo a la noticia, se lesionó Radamel y las miradas cambiaron su dirección e incluso las oraciones fueron para este nuevo Dios. Por tal razón, no deja de ser jocoso que en un país en donde discriminan a todo el mundo, a los negros a los blancos, a los pobres, a los homosexuales, a los niños, a los grandes y pequeños, a los jóvenes y ancianos, a los animales, a las madres cabeza de familia, a la gente de la calle, a los enfermos, a los que tienen defectos físicos, al gordo o al flaco y a todo aquel que piense, hable o actúe diferente, armen tanto alboroto por las “inocentes” palabras de Piraquive, la santa entre las santas, la elegida, la enviada de Dios.
Sencillamente Colombia posee una subcultura que se basa en la discriminación de toda índole. El regionalismo, la falta de cultura, la educación de la juventud, la ruptura del hogar, las falsas doctrinas, la corrupción política, el sexo, la pornografía, el abuso laboral, la falta de reflexión, la globalización y sus derivados, el sensacionalismo, las escuelas, universidades, iglesias y cooperativas de garaje, la falta de pensamiento crítico y el sentido de pertenencia, la educación mediocre de las universidades que forma a profesionales mediocres, la formación de ciertas entidades que sólo buscan crear obreros, la televisión, la radio, la internet y sus productos adictivos y los medios de corrupción y desinformación, hacen que nuestro territorio, al igual que el de otros, no sea un país para viejos y al paso que vamos, no será para nadie.
Por: Luis Carlos Rojas García, ‘Kaell’, escritor.