Colombia es un país con tantas riquezas naturales que es absurdo que se encuentre en la situación en la que está. Como si no fuera suficiente, la variedad climática hace de la misma un lugar ideal, un verdadero paraíso y no es para menos, en Colombia no se necesita esperar una estación para disfrutar el frio o del calor, como ocurre en Canadá, por ejemplo. No, en Colombia viajamos de un lugar a otro y en treinta minutos ya podemos regocijarnos con la brisa, el viento, atractivos turísticos, ríos, lagunas, montañas, platos típicos y una variedad cultural sorprendente.
No obstante, resulta irrisorio y hasta vergonzoso escuchar a personas denigrar del país como lo hacen por aquí y también los de allá. Aunque, esto no quiere decir que la problemática del país no exista o que queramos tapar las cosas negativas que pasan y siguen pasando, no. Pero, la verdad es que Colombia, más allá de la corrupción, es un país extremadamente afortunado en muchos aspectos. Lo que sucede es que no se sabe apreciar todo lo que tiene, digamos que no existe realmente un sentido de pertenencia por lo que es Colombia realmente.
Volviendo al tema del clima, debo reiterar que es una verdadera fortuna, aunque muchos ni se den por enterado. Como para hacernos a una idea de lo que hablo, en países como Canadá en donde gran parte del tiempo hay invierno, la llegada del sol es toda una suerte de ritual, como un dios adorado; los canadienses se toman en serio el verano. Aunque en invierno y en cada estación uno puede encontrar todo de actividades para hacerse la vida amable, pero, la llegada del verano es una locura total, incluso ahora en tiempos de pandemia la gente ha encontrado la manera de salir y llenar las playas que se encuentran alrededor de los lagos y ríos.
Por supuesto, las medidas de protección contra el virus están por todos lados y la gente, la gran mayoría por supuesto, cumple con las mismas; de ahí que este verano que ha tenido temperaturas de hasta treinta y algo de grados con sensación de cuarenta, inusual y sorpresivo para todos, la gente se ha volcado a disfrutar del sol. Por eso, no es extraño ver a la gente con bronceados extremos aprovechando la peligrosa canícula.
También debo decir que al comienzo del verano no comprendía la razón del porqué a la gente le gustaba tanto el sol y no es para menos, vengo de un país en donde todo el tiempo hay sol y, aunque se presentan cambios climáticos que a veces causan desastres más por la irresponsabilidad del gobierno y la pobreza de la gente, no extraño sentir el sol quemándome la espalda. Pero, aquí las cosas son diferentes, realmente la gente se prepara con toda para recibir estos pocos meses de sol. Carpas, hamacas, vestidos especiales, gorras, sandalias, fogatas, campings, todo, absolutamente todo se transforma.
Los almacenes por su parte hacen lo suyo y la sociedad de consumo gira como una perfecta rueda cuyos soportes son los plásticos magnéticos que tienen una comunión casi perfecta con el sonido de los datafonos anunciando que las compras han sido aprobadas.
Debo decir además que, aunque no falta el desadaptado, la cultura ciudadana es mayor, las playas se encuentran realmente limpias, las personas son cuidadosas de no dejar el desperdicio tirado y considero que eso es algo que se debería copiar. A esto se suma que en verdad saben aprovechar los espacios y, aunque para poder entrar a ciertos lugares toca pagar, también hay otros en donde se puede acceder gratis; sin dejar de lado que las compras por Internet facilitan la vida a todos los que quieran tener un día de recreación, incluso, los paquetes para verano son tan atractivos, lo mismo los de las demás estaciones, que uno termina por aceptar la promoción.
En resumidas cuentas, el verano avanza, pronto dejará de brillar el sol, pero mientras eso pasa, los canadienses y Québécois, también los extranjeros por supuesto, seguiremos disfrutando hasta más no poder de la playa, la brisa, el río o el lago y muchas atracciones más.
Por: Luis Carlos Rojas García, escritor