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Sobre dosis

Luis Carlos Rojas García
Luis Carlos Rojas García

Miras el calendario y te das cuenta que ha llegado el día. En su momento dijiste que no permitirías que experimentaran con tu cuerpo. Que no serías el conejillo de indias de nadie, pero, las cosas se pusieron peor y cada día hay más muertos.

A lo anterior se suma que, esperaste hasta la fecha límite y como van las cosas, no vas a poder entrar o salir del país si no estás vacunado.

Ya son las tres de la tarde. Sales de tu trabajo y conduces un par de cuadras hasta el lugar indicado. Google Maps te informa que has llegado y que tu lugar de destino está a la izquierda. En efecto, parqueas tu vehículo y te diriges al sitio. No hay pérdida, todo está señalizado ¡No era para menos! Al fin y al cabo, así son las cosas en el paraíso.

En la portería te dan un tapabocas nuevo ¡Mierda! Dices casi entre susurros al ver la espantosa cantidad de tapabocas en el bote de basura que fijo irán a parar al mar. Presentas tu documento de identificación y no puedes dejar de ver los hermosos ojos de la recepcionista. Entonces, piensas si su rostro es igual de perfecto debajo del tapabocas. La mujer sonríe con su mirada y te hace señas para que sigas en la fila.

Llegas al segundo punto, toman tu identificación nuevamente, la esterilizan y te invitan a seguir. Una vez adentro te hacen señas para que esperes tu turno. Detrás de unos cubículos organizados de tal manera que todo el proceso sea rápido, se encuentran las sillas en donde debes esperar al menos quince minutos por si llegas a sentir algún efecto secundario.

Comienzas a sudar frío. Tienes tanta información en la cabeza de los daños de la vacuna por: fetos de animales y personas finamente procesados para hacer las mismas; microchips que controlarán hasta tu forma de amar y de relacionarte; el castigo de Dios padre y más, muchas cosas más que has aprendido en el último año a través de las estúpidas redes sociales de donde sueles sacar tus creencias y con las cuales te haces todo el tiempo pajazos mentales para no afrontar la realidad de tus actos (investiga de verdad vago para que puedas tener juicios reales no chismes).

Llega tu turno. La enfermera, al menos quieres creer que sea en verdad enfermera, te pide que te sientes, te habla en un idioma extraño, pero logras entender que si te han vacunado alguna vez o que si tienes algún problema. Recuerdas tu viaje a la Costa Colombiana, cuando no se te dio la gana vacunarte contra la malaria. Respondes que no tienes problemas de salud, solo cuando tienes líos con tu mujer y todo se te vuelve un infierno. Ríes como un idiota pero la mujer te dice, mirándote algo sorprendida:

Je suis désolé monsieur, je ne comprends pas ce que vous dites, je ne parle qu’un petit peu espagnol.

Haces un ademán de vergüenza. Luego, la mujer alista la vacuna, la miras con detenimiento como queriendo darte cuenta si en este lugar también las aplican de mentiritas, pero ¡Qué va! El líquido se mete en tu brazo e inmediatamente sientes cómo el músculo hormiguea.

Pasas a la silla de espera, cuentas quince minutos y sales como si nada. Regresas a tu casa. Durante el camino escuchas en la radio que las reacciones de la vacuna son diversas. Sonríes, eres fuerte, nada te va a pasar. No tienes que temer, no fuiste criado con leche fiada, pero, tu sonrisa se desvanece cuando entras a tu casa.

Todo te comienza a dar vueltas, sientes como si hubieses bebido una caja entera de veinticuatro Unibroue de 12 % de alcohol. Llegas a tu recámara y te tiras en la cama. Entonces comienza el viaje. Haces un espeluznante recorrido por tu pasado, presente y futuro, como si los fantasmas de Dickens te arrastraran.

Nunca has probado Ayahuasca, pero, estás casi seguro que así se debe sentir. Las vueltas en tu cabeza de parque infantil se intensifican. No eres tú, no coordinas, te ves entrando al sanitario y nadando en las profundidades del mismo a lo Mark Renton (Ewan McGregor) en Trainspotting. Es el final. Vas a morir, no hay nadie en casa. Solo te queda esperar a la Parca y comenzar el camino sin retorno. Caes en las profundas aguas oscuras y exhalas.

A las cinco de la mañana suena el despertador. Estás vivo, te duele el brazo donde te pincharon, pero, estás vivo. Te levantas, te duchas, te tomas lo de siempre y sales a trabajar ya que: ¡El show debe continuar! Y si no te mató la pandemia no te va a matar la vacuna.

Por: Luis Carlos Rojas García, escritor.

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