Tenga cuidado si va entablar relaciones comerciales, sentimentales o de cualquier índole con alguien dedicado a la brega proselitista.
Un político es mala paga: queda debiendo arriendos, pauta, afiches y camisetas. “A circos, brujos y políticos se les cobra por adelantado”, decía el fallecido Alonso Botero Palacios, exgerente de RCN Radio en Ibagué.
Un político es amarrado, miserable y calculador. “Centavero”, decían las abuelitas.
Un político no tiene llenadero. ¿Será que le van a echar todas sus riquezas en el cajón, como a los faraones egipcios?
Un político esconde y disimula su dinero en: fincas, restaurantes, prestanombres o testaferros, constructoras, locales y hasta en caletas.
Un político se quiere comer hasta tu mujer, la del prójimo, todos, y lo peor es que te pide que le ayudes de frente. Si no pregúntele a un político devenido ahora en empresario radial. Otro que no tiene llenadero y no está pensando en las próximas elecciones sino en las «próximas erecciones«.
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Un político se cambia de partido, de ideología, de posiciones, al vaivén de las conveniencias. Miremos el caso de Ricardo Ferro: en 2011 fue candidato a la Alcaldía de la Casa Barreto, luego de trabajar en el Ministerio de Vivienda con el uribista Juan Lozano. En 2015 recogió firmas y cañó con que era alternativo para competir por la Alcaldía de Ibagué. En 2018, con aval del Centro Democrático, llegó a la Cámara de Representantes y sorprendió con posiciones y discursos de mano dura. Ha condenado la protesta social de 2021.
Un político compra votos, les da coima a periodistas, soborna jurados y hasta les paga a empleados de la Registraduría. Nunca le gusta perder.
Un político se asocia, por encima y por debajo de la mesa, con personajes que luego terminan en escándalos o condenados y luego dice que no los conoce; o que sus relaciones fueron netamente comerciales; o que las responsabilidades son individuales. Para la muestra un botón: el contubernio entre Mauricio Jaramillo y el condenado abogado Orlando Arciniegas Lagos, el ‘cerebro del mal’ detrás del robo de los Juegos Nacionales.
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Un político trata de influir y meter baza hasta en una asociación de padres de familia. En un jardín infantil de Ibagué donde tenían a sus respectivos hijos estudiando, se disputaban esa ‘cuota’ Ricardo Ferro y otro dirigente local. Nada más patético y pusilánime.
Un político da clases en la universidad pero por debajo anda haciendo todo lo opuesto a la ética, la moral y las buenas costumbres. Lo mismo para los que andan rezando y en misa. Léase el ejemplo de Alfredo Bocanegra: godo de rosario y camándula, pertenece a una congregación religiosa, orienta cátedra en la UT; pero conduce su vida personal y ‘profesional’ de manera contraria a la moral, la decencia, lo socialmente aceptado.
Un político infla su hoja de vida y se inventa títulos que nunca obtuvo. Léase el caso del exalcalde de Bogotá, Enrique Peñaloza, quien cañaba con título de doctorado; o el falso abogado que dijo ser por años el ladino representante a la Cámara por el Tolima, Jaime Armando Yepes.
Un político se esconde en Navidad, Día de la Madre, Día del Niño y en temporada escolar, porque le piden regalos por todos lados. Lo único que entrega, es lo que se roba o lo que le donan, pero lo da como si fuera propio, en víspera de elecciones.
Un político solo deja de sucesores en la curul o en el movimiento a la mujer a la moza, al hermano, al cuñado. Lejos del entorno familiar, no puede controlar, ni confiar en nadie.
Un político se toma fotos entregando mercados, sillas de ruedas y pañales. Incluso cuando gestiona el entierro de un pobre ciudadano fallecido y sube la foto a Facebook.
A ver si se pone pilas y no bota el voto para las próximas elecciones.
Este es un editorial del director de A la luz Pública.
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